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Las flores.

Sonó el timbre. Ella sacudió con las manos los pliegues de su pollera y abrió la puerta mientras de reojo se miraba el pelo en el espejo. Él estaba ahí parado y en las manos tenía una botella de vino y unas flores. Ella estaba nerviosa, sonriendo, le dijo: - Pensé qué íbamos a cenar afuera. - Si, pero podemos cambiar, o dejo esto acá… es para vos...y extendió las manos. Él pensaba que ya había hecho algo mal. Juana percibió ese malestar y, con cierta timidez, le dijo que prefería salir, que no salía mucho. -   Además, podemos ir por acá cerca. Él le caía muy bien y, además, era sensible y discreto: justo lo que ella necesitaba. Juana había decidido mentirle: para qué decirle que era casada. Mentirle era como vivir un sueño, como jugar a la libertad. Ellos se habían conocido una noche en la que ella salió a tomar algo con su amigo de la infancia: Matías. Amigo que, sin duda, esperaba la oportunidad de encamarse con ella; y ella lo sabía. Matías era terrible, así
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Testigo (4).

Ella se sentó en el cuarto escalón de la escalera. Para saber cómo está, hay que mirarle las manos, se toca los dedos, las uñas en los dedos; la punta de las uñas de los dedos. Se acaricia la sien.   Después se tapa los ojos y sube las manos hacia su cabeza, como peinándose, pero cuando llega casi hasta la nuca, cierra las manos agarrándose el pelo con fuerza. Esa mujer esta ahí y el relato de su gesto no tiene sentido sino se admite que el gesto es un universo. Esa mujer no habla, no dice nada. Esa mujer no llora, no se ríe. Sólo esta allí sentada. Casi inmóvil su figura puede pasar desapercibida, pero yo la veo y completo su gesto. A ella no le importa que yo esté. Su universo finito, cerrado y completo la consume. El tiempo es sólo un espacio de silencio para ella que esta ahí, tan quieta, tan sola. Me pregunto por qué: por qué estará así. Y la pregunta carece de valor porque ahora me mira y completa el relato con sus ojos. Y toda explicación se desvanece.

llantos abandonados (poema).

No me alivia verte desparramado, arrimado a mi nido, a mi ventana. No me alivia verte revoloteando mi silencio, amarrado a mi andamio que sólo asoma al vacío, Acurrucado al abismo; Arrojado ante mí, desamparado. No me alivia amarte tan callada, Tan inerme, Tan tajante. No   me basta éste que hay aquí ahora, No me alcanza ni me llena. No me basta. Imaginé kilómetros de versos, Bibliotecas inmensas, Infinitas playas de verbos Y nada, Nada de aquello Alcanza. En este sitio que habito hay un silencio Impenetrable Inmenso Inalcanzable Tal vez jamás lo habite nadie más que mi sombra; Mi mente: cierto cielo y cierto infierno que se asoman a mí, Junto a mí, Detrás de mí, A mi lado: Corriendo Nadando Caminando Entre miserias Entre muertos y olvidos Entre tantos y tantos llantos no llorados nunca, llantos abandonados.

La mala sangre.

No sé como se conocieron, creo que nunca lo supe. La memoria es selectiva así que ese recuerdo se debe haber perdido para siempre en él. A él lo conocí una noche en el Tortoni, ahí me lo contó. Me acuerdo que le temblaban un poco las manos. No lo cuento mucho –me dijo-, porque me agoto de sólo pensarlo. Sospecho que él supo, cuando conoció a la familia de ella, lo que podría pasarle. Pero era tan joven que pensó en otra cosa hasta que pasó: ella, después de tres o cuatro meses de noviazgo, se embarazó y decidió tenerlo. Interesante alternativa la que este íncubo de Hamlet le presentó a mi amigo –pensé. Mientras él me lo contaba se reía con esas risas nerviosas o impotentes, sus ojos brillaban y yo temí que se acabara el vino y él interrumpiera su monólogo. Mientras se sonaba los dedos me dijo: -No lo vas a creer, pero cometí el error de construir la casa que iba a ser para mis hijos en el terreno de atrás de las casa de sus padres. Sabía que en esa casa quedaba todo lo que

Un día.

Si había un día para dejarlo era ese. Ese inmaculado día en el que había comprendido que su vida estaba dando un inmenso giro y que él no tenía porque comprometerse con eso. Ella lo amaba con tanta pureza y devoción como es posible amar. Ella sentía que su amor debía servirle a él: no serle útil, servirle. Ella pensaba que la abnegación era una propiedad del amor, tan propia como el abandono del yo.  Sin embargo, su egoísmo era máximo: su amor no dejaba de ser humano; ella no podía evitar preocuparse por si misma y él no lo merecía. Él debía ser amado servilmente, sin recelos, sin reclamos (y ella lo sabía). Así que si había un día para dejarlo era ese. Ella lo sintió como un relámpago, como una certeza ineludible. Y ella se fue. V.L.2009

En mí, a mí,de mí.

Me abandonó. Teníamos 16 años y él me abandonó. Fue a vivir otra vida, una vida que fue un infierno. Me pidió un libro y se fue gritando entre los autos. Me quedé esperando, me quede tratando de seguirlo, sin seguirlo. Muchas veces pensé, que ese que él tomó era mi camino; pero no, era el suyo, por eso yo me quede esperando. Esperé negando que esperaba, haciendo como si nada… Pero de noche, muchas noches, lo llamaba. Mil veces pregunté por qué, por qué a él, por qué a él si éramos casi un y lo mismo. Porqué él se iba así, entre los autos. Eran las 8 de la noche la última vez que lo ví. Yo lo busqué, lo busqué desesperadamente como si buscara un pedazo mío: Un pedazo de piel, un poco de mi cuerpo. Lo busqué pensando y repensando qué dijo, qué pensó, que sintió… Tal vez, si me concentraba suficiente lo encontraría a él, en mí, y entendería, él me explicaría, a mí. Lo busqué. No pude encontrarlo. Lo ocultaron. Me mintieron, todos, muchos, a mi. Alguien se apiado. Alguie

Purga.

Éramos dos o mas, generalmente, tres en ese departamento. A veces cuatro… muchas veces eran cuatro. Comíamos lemon pie tiradas en la cama en verano y estudiábamos en invierno. Estudiábamos cuando éramos dos. Cuando éramos tres, una de nosotras estudiaba y la otra, a lo suyo. Cuando éramos cuatro nadie estudiaba: Un colchón al living, uno en el cuarto y listo. No nos hacían falta grandes cosas. Después yo me separé de aquel novio: un tipo raro con grandes pretensiones y una madre hiper tierna. Él escribía bien: yo lo leía. Se fue a Europa y me mandaba postales de amor bellísimas. Era una relación apasionada… eso le dije cuando lo dejé: no se si nos amamos, pero nos deseamos tanto... Cuando lo dejé, él durmió en su auto en la puerta del departamento y, al otro día, pegó por todo el barrio carteles con poesías para mi. En 2001 nosotras pagábamos el alquiler mitad en peso, mitad en una moneda innombrable e inexistente. En diciembre salimos a la calle impactadas. El chino de la